domingo, 5 de octubre de 2014

"Lo único que se oyó aquella noche, en la que me sentí tan vacío y solo una vez más, fue el estallar de la botella de vino contra la pared, provocando que ésta se destrozada en un tremendo impacto y que las paredes color vainilla se tornaran rojas, como si en lugar del vino, fuera la sangre que bombeaba con tanta fuerza de mi corazón, la que caía contra aquel lugar. 
Un quejido ahogado salió de lo más profundo de mi garganta, provocando que me llevara una de las manos hasta mi propia frente para oprimirla, a la vez que cerraba los ojos con tanta fuerza que pensaba que me quedaría ciego. Aunque, pensándolo bien, quizá así no dolería tanto el "no verte". 
Una repentina ventisca se levantó en la calle, y por consecuencia, las cortinas comenzaron a ondularse y removerse trágicamente, como si estuvieran llorando un blues. Las pequeñas, estúpidas e inservibles velas que decoraban torpemente aquel pastel, se apagaron. Y me negué a volver a encenderlas. La frustración viajaba por mi cuerpo y el calor invadía éste con tanta intensidad que sentí más de una vez cómo no podía respirar. 
No era enfado, siquiera era decepción... El sentimiento que más se acercaba a lo que aquella noche sentí y a lo que presenció una estúpida habitación vacía, era impotencia. Y no sabía realmente el motivo de ella. Estaba vacío, como una vela apagada, como la botella de cristal rota que había chocado con tanta brusquedad contra aquella pared."

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